En la casa donde el tiempo se desvanece,
disfruto de instantes que no tienen fin,
en sus muros y rincones, el tiempo perece,
y en mi refugio eterno encuentro jardín.
En cada habitación, un susurro de calma,
donde los minutos se desvanecen en el aire,
me sumerjo en la inexistencia del alma,
y en cada instante, un universo puedo crear.
Las paredes se llenan de memorias y sueños,
los relojes enmudecen su tic-tac constante,
las risas y los suspiros flotan en ensueños,
y en mi morada, el tiempo es un amante.
En la sala, entre libros y serenidad,
el tiempo se convierte en una ilusión,
me sumerjo en la eternidad de la realidad,
y en mi casa, encuentro la plenitud de la canción.
En la cocina, los aromas perfuman el presente,
el tiempo se diluye en sabores y encuentros,
los sabores y las risas se vuelven un regalo latente,
y en mi morada, el tiempo se queda adentro.
En el jardín, la naturaleza cobra vida,
las estaciones bailan sin pausa ni medida,
el tiempo se detiene, se pierde en la salida,
y en mi hogar, la eternidad se hace nítida.
Así, en la inexistencia del tiempo, me deleito,
disfrutando en mi casa, la eternidad en su esplendor,
cada instante se vuelve un tesoro perfecto,
y el tiempo, en su ausencia, es solo un rumor.